quarta-feira, 27 de abril de 2011

Un nuevo tiempo árabe

Jadaliyya

Crédito da imagem: outraspalavras.net
Las concentraciones en Siria no empezaron en una de las plazas de Damasco, sino que su levantamiento comenzó en la ciudad de Deraa, capital de la provincia de Haurán, para después tomar forma de un movimiento que se iba trasladando, desde Latakia, Homs, Qamishli, hasta Banyas, Damasco y Duma. El panorama sirio es diferente a aquellos de Túnez, Egipto, Bahréin, Yemen o Libia. Cada país está descubriendo por sí mismo, a través de su propia experiencia, cuál es la mejor forma para su revolución contra un gobierno autoritario. No estamos ante una revolución árabe unida que vuelve al discurso nacionalista de Abdel Nasser, sino que somos testigos de un fenómeno contemporáneo que tienen un objetivo único y necesario en todo el mundo árabe.
De nuevo, los árabes están descubriendo lo que les une y lo que les diferencia a un tiempo. Así como los árabes se unieron en el pasado para luchar contra el colonialismo, se vuelven a unir ahora para luchar en pos de la democracia. Igual que en los años 50 la lucha en contra la dominación colonial tenía unos objetivos claros, esta nueva empresa necesita de una conciencia básica de lo que significa la democracia y sus lazos con la justicia social. Ésta es una batalla abierta en muchos frentes.

Los árabes se sorprenden a sí mismos
Tenemos que reconocer que las revoluciones que se prendieron por la chispa que saltó en una pequeña ciudad tunecina y que terminaron agarrando en todos los países árabes no sólo sorprendieron al resto del mundo, sino que dejaron atónitos a los mismo árabes. De repente, cae la negra dictadura de Ben Alí, se le une el régimen de Hosni Mubarak, y mientras las manifestaciones populares van surgiendo en otros lugares.
Si bien no podemos hablar de un actor principal y causa directa de las revoluciones, podemos señalar hacia los modestos movimientos de oposición que florecieron aquí y allá, desde la corta Primavera de Damasco a principio del tercer milenio, hasta el movimiento Kifaya en Egipto, de las voces que elevaron muchos pensadores de la oposición en contra de la opresión y la dictadura en Túnez y que se conformaron como algo parecido a una modesta alternativa ante la ausencia de una oposición árabe.
Sin embargo, la revolución llegó desde donde nadie la esperaba. En medio de una especie de erial político general, estallaron las manifestaciones en las que tunecinos inventaron el llamamiento que se generalizaría en los demás países: «El pueblo quiere acabar con el régimen». De esta forma, el objetivo se definía desde el primer momento: la caída del sistema dictatorial.

Estallido es la palabra apropiada para describir lo que pasó. Una bola que la gente guardaba muy dentro de sí, un dolor latente, quiso salir para afuera producto de la falta de dignidad de sus ciudadanos, como individuos y como colectividad. Por ello, los cánticos que desgarraban las gargantas de los manifestantes en Deraa eran la mejor expresión de lo que forma el imaginario popular: «El pueblo sirio no se agacha»**.
Es una revolución en contra de los sentimientos de humillación y degradación. Las dictaduras árabes se saltaron las convenciones, violaron las prohibiciones y destruyeron cualquier posibilidad de aliviar la presión que ejercía el sentimiento de humillación sobre los ciudadanos, usando para ello la represión y la corrupción, dos factores entrelazados.

Traducido para Rebelión por Elisa Viteri
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